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En los pequeños pueblos del interior, más allá de los inacabables pantanos de Zambia, una dura verdad se ha ido transmitiendo de generación en generación: No hay peor miedo que el miedo del hambre.

Con este pensamiento en la mente muchos hombres se despiertan al amanecer, poco antes de que los primeros rayos de Sol empiecen a asomar entre los juncos. Se visten en silencio, iluminados por una vela o una pequeña lámpara de aceite. Al rato se reúnen en la orilla del pantano. Algunos llevan cubos de plástico gastados por el uso o precarias herramientas de madera. Otros cargan mosquiteras enrolladas en un palo.

Este tipo de mosquiteras son consideradas el mejor remedio posible contra la malaria, una de las maneras más baratas y efectivas para frenar una enfermedad que mata, al menos, a medio millón de africanos cada año. Pero la mayoría de los hombres ahí reunidos no las usan para protegerse de los mosquitos.

De hecho casi nadie en sus cabañas tiene una mosquitera sobre su cama. Las han cosido para hacer inmensas redes que arrastran por el fondo del pantano, recogiendo todo lo que encuentran en su paso: pequeños bancos de tilapia, crías de bagre, diminutos huevos anaranjados, gusanos y alguna rana verde.

“Yo sé que está mal,” comenta uno de ellos, “pero sin estas redes no comeríamos.”

A lo largo de gran parte de África, desde Nigeria hasta Mozambique, más de medio billón de mosquiteras han sido distribuidas en los últimos diez años. Pero muchas de ellas se han convertido en objeto de un terrible dilema: protegerse de la malaria o comer.

Durante años familias enteras han tenido que malvivir, pescando con viejas redes remendadas mil veces. Y de repente aparecen centenares de mosquiteras ligeras, sorprendentemente resistentes y gratis. Sería una locura no usarlas para pescar.

“Las redes van directamente de la bolsa al agua,” dice Isabel Marques da Silva, bióloga marina de la Universidad de Lúrio en Mozambique. “Esta es la razón por la que la incidencia de malaria aquí es tan alta.”

Los investigadores de campo alertan también de otro importantísimo daño colateral de esta práctica: las propias reservas de peces. Dado que los agujeros de las mosquiteras deben ser más pequeños que los mosquitos, éstas atrapan mucho más que las redes tradicionales. Peces en desarrollo, huevos de todo tipo, nada escapa a su despiadado paso, poniendo en peligro el futuro de la principal fuente de alimento para millones de familias en toda África.

Y aún no hemos hablado de los insecticidas…

Insecticidas, veneno para todos

Muchas de las mosquiteras que llegan a África contienen potentes insecticidas. La estrecha malla deja pasar el dióxido de carbono que exhalamos al respirar, lo cual atrae a los mosquitos. Pero al intentar atravesarla sus cutículas entran en contacto con el insecticida presente en la superficie de la red, envenenando su sistema nervioso y parando su minúsculo corazón.

El problema viene cuando muchas de estas redes cargadas de insecticidas son arrastradas a lo largo de los mismos lagos y pantanos que la gente usa para abastecerse de agua. Uno de los productos más usado en la industria mosquitera es el permethrin, catalogado como “potencialmente cancerígeno para los humanos si se consume de forma oral” por la Agencia de Protección Ambiental de los EEUU. La misma agencia avisa de que el permethrin es altamente tóxico para los peces.

Muchos científicos opinan que los riesgos para las personas son mínimos, gracias a las bajas dosis de insecticidas y a nuestra capacidad de metabolizarlos rápidamente. Pero con los peces, animales de sangre fría, la historia es diferente.

Los mayores fabricantes de redes mosquiteras del mundo insisten en que sus productos no son peligrosos. Sin embargo en muchas de ellas la etiqueta indica: “No lavar en lagos ni ríos” o “Verter cualquier agua usada para lavar la red en un agujero en el suelo, alejado de casas y animales”. 

Y es que, a pesar de ser un tema de salud pública, las redes mosquiteras se han convertido actualmente en un negocio de billones de dólares. Un negocio con un futuro prometedor siempre que no se ponga en duda su idoneidad.

El siguiente vídeo de The New York Times (3:22 mins, inglés) muestra claramente los múltiples usos que se le da a las mosquiteras en muchas zonas de África, así cómo los peligros que se derivan de ello:

Las cargas del hombre blanco

Gobiernos occidentales y ONGs ponen el dinero. Grandes compañías como BASF, Bayer y Sumitomo Chemical diseñan las mosquiteras. Se fabrican a un coste de 3 dólares la pieza, la mayoría en China y Vietnam, y son mandadas en enormes contenedores a África. Una vez ahí agencias de ayuda y hospitales se encargan de distribuirlas, normalmente grátis.

Desde The World Health Organization afirman que las redes mosquiteras son la principal razón de que las muertes de malaria en África se hayan reducido a la mitad desde el año 2000. Sin embargo, no se publican estadísticas de la cantidad de ellas que está siendo usadas para la pesca.

Seth Faison, portavoz de la Global Fund to Fight AIDS, Tuberculosis and Malaria tilda ese porcentaje de “anecdótico”. “Es un problema infinitesimal,” añade, “quizás un 1%.”

Pero un 1% del total sigue siendo millones de redes que no ayudan a prevenir la malaria y que pueden estar contribuyendo a contaminar los lagos y a acabar con la pesca.

Uno de los pocos estudios sobre el tema demostró que en varios pueblos a lo largo del lago Tanganyika, compartido por Tanzania, la República Democrática del Congo, Burundi y Zambia, el 87,2% de las familias usaba mosquiteras para pescar. Cuando el estudio fue presentado en una conferencia sobre malaria, el pasado 2014, fue acogido con indiferencia.

“La gente es muy defensiva respecto a este problema,” dice Amy Lehman, físico estadounidense y fundador de la Lake Tanganyika Floating Health Clinic, quien llevó a cabo el estudio. “El argumento ha sido siempre: ‘Gasta 10 dólares en una red y salva una vida’, y este es un argumento muy cautivador.”

“¿Pero qué pasa si las redes son distribuidas en una zona pesquera, con problemas alimenticios, y no sólo no se rebajan los casos de malaria sin que además se daña el medioambiente?” pregunta. “Mires por donde mires se pierde, y esta no es una buena historia para contar.”

Anthony Hay, profesor asociado de toxicología medioambiental en la Universidad de Cornell, opina que los insecticidas pueden pasar de las redes a los peces y de éstos a las personas. Es simplemente otra de esas “cargas del hombre blanco”, señala Hay haciendo referencia a un famoso libro de William Easterly en el que se critica la forma de ayudar de los países occidentales. “Pensamos que tenemos la solución para todo el mundo, y aquí tenemos un ejemplo de que podemos crear nuevos problemas.”

Y mientras unos se llenan los bolsillos con el negocio, otros lavan su mala conciencia y algunos critican tímidamente la manera de ayudar del primer mundo, en el corazón de África la tragedia sigue su curso.

“Las nuevas redes de mosquitera son lo mejor,” dice un pescador del Lago Victoria. “No tienen agujeros.” Ha conseguido una en el hospital y se ha ahorrado los 50 dólares que cuesta una red “de verdad”, un precio inalcanzable cuando se debe sobrevivir con pocos dólares al día. Las implicaciones del negocio y los discursos no le importan. Su pesca diaria sirve para pagar el colegio de sus hijos y el queroseno que ilumina su casa de adobe.

¿Quién puede culparle?

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              Pescadores usando redes mosquiteras para atrapar tilapia en el lago Victoria, en Kenia.
                                                     Fuente: Uriel Sinai / The New Times
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        Una portería de fútbol en Lagosa, Tanzania. Las redes mosquiteras tienen incontables usos.
                                                Fuente: Uriel Sinai / The New York Times
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               Puesto de pescado en Katumbi, Tanzania.  Fuente: Uriel Sinai / The New York Times

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*Este artículo está basado en un reportaje aparecido en The New York Times el 24 de enero del 2015 (leer aquí).

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