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Durante las celebraciones del Día de la Tierra del pasado 22 de Abril, se llevó a cabo una de las mayores manifestaciones de la historia en apoyo a la ciencia. Cientos de miles de personas se congregaron en ciudades alrededor del mundo para reivindicar la importancia de la ciencia en nuestras sociedades y oponerse a la reciente ola de ataques que ésta está recibiendo por parte de gobiernos que rechazan los métodos científicos, evitan la evidencia empírica y reprimen la investigación. Científicos, activistas y personas del común, salieron ese día a las calles para celebrar los grandes avances de la ciencia, recordarle a los políticos la importancia de los hechos a la hora de hacer política pública y continuar apoyando la investigación en asuntos tan vitales como el cambio climático.

Los gobiernos de muchos países financian buena parte de la investigación científica ya que entienden, entre otras cosas, la importancia que la ciencia tiene para el desarrollo de sus sociedades. De la misma manera, éstos utilizan la evidencia resultante de investigaciones científicas para hacer políticas públicas más efectivas y eficientes. Estas relaciones entre la ciencia y el estado son algunas de las razones por las cuales, tradicionalmente, la mayoría de científicos se han mantenido al margen de los aconteceres políticos.

Pero, ¿qué está ocurriendo ahora para que haga falta que los científicos salgan a la calle a manifestarse?

Maestros de la desinformación

Como narra el libro Mercaderes de la Duda, de los historiadores de la ciencia Naomi Oreskes y Erik M. Conway, en la década de los sesenta las empresas productoras de tabaco contrataron especialistas en mercadeo y cabildeo político para organizar una campaña de desprestigio contra la creciente evidencia que conectaba los cigarrillos con varios tipos de cáncer. La estrategia de estos expertos consistió en sembrar incertidumbre alrededor de la evidencia empírica existente, a través de una serie de técnicas encaminadas a impedir o postergar leyes y regulaciones que afectasen a las ganancias de estas empresas. Una de sus estrategias principales fue contratar científicos para realizar estudios repletos de sesgos y malas prácticas, y que contradecían el creciente consenso, con el propósito de sembrar duda y mantener viva la controversia sobre los efectos del cigarrillo en la salud humana. Estas estrategias fueron todo un éxito y demoraron las regulaciones al tabaco por más de tres décadas. Las consecuencias de dichas campañas se siguen notando hoy en día, con millones de vidas perdidas en todo el mundo.

Las lecciones de esta estrategia de desinformación fueron copiadas por varias industrias que vieron en la posibilidad de ser reguladas un riesgo a sus márgenes. Por ejemplo, las productoras de químicos con DDT o Clorofluorocarbonos y la industria azucarera, han utilizado estas mismas técnicas para evitar que los estados les impongan regulaciones que las afecten negativamente. Así, el volumen de desinformación y mentiras institucionalizadas en las últimas décadas ha crecido exponencialmente.

Este anuncio de cigarrillos CAMEL en la década de 1950 aseguraba que “De acuerdo con encuestas a nivel nacional los doctores fuman CAMEL más que ninguna otra marca”. Fuente: Klyker

La Post-Verdad no es algo nuevo

Según el diccionario Oxford la palabra del año 2016 fue ‘post-verdad’. Ésta se eligió a raíz de los acontecimientos políticos ocurridos ese año: A pesar de las muchas falsedades utilizadas por las campañas del Brexit en el Reino Unido y de Donald Trump en Estados Unidos, a millones de votantes no pareció importarles su falta de compromiso con la verdad, dándoles la victoria en las elecciones.   

Está claro que las mentiras y la desinformación siempre han sido parte del arsenal retórico de los políticos. ¿Qué político ha cumplido con todas sus promesas de campaña? Sin embargo, y considerando las muchas mentiras que se dijeron en las campañas, a muchos los tomaron por sorpresa estas victorias.

A partir de esta aparente incongruencia entre la realidad y lo que se dice de la realidad, se acuñó la palabra post-verdad, declarando así que en este nuevo panorama político y social los hechos ya no importan.

Pero para cualquiera que haya estudiado las estrategias de la industria tabacalera para sembrar duda e incertidumbre, la post-verdad no es algo nuevo. Las mentiras, siempre que estén envueltas en una institucionalidad que les de una reputación (ya sea en periódicos, páginas de internet, centros de pensamiento, o estudios científicos marginales), crean dudas sobre lo que es verdad y lo que no es.

Esto genera falsas equivalencias entre los diferentes hechos y cifras, poniendo al mismo nivel verdades y mentiras, y dando la impresión de que existe un debate al respecto. En el contexto actual, con un ciclo de noticias cada vez mas vertiginoso y la fragmentación de comunidades resultante de las redes sociales, la post-verdad surge de la dificultad del público general para distinguir entre lo que es verdad y lo que no es.

Así como las empresas tabacaleras aumentaban sus ganancias fabricando duda, nuestros políticos contemporáneos incrementan sus votos sembrando incertidumbre. 

La Tormenta Perfecta

Una de las industrias que han utilizado estas estrategias de desinformación a la perfección es el sector de las energías no renovables.

Recientemente se reveló que el Instituto de Investigación de Stanford le presentó al Instituto Americano del Petróleo un informe en 1968 advirtiendo de los riesgos sobre el medio ambiente de los gases de efecto de invernadero resultantes de la quema de combustibles fósiles. Esto se suma a las revelaciones hechas hace un par de años de que la petrolera Exxon conocía los efectos del cambio climático desde finales de los años setenta.

Sin embargo, al igual que las empresas tabacaleras, las empresas petroleras tomaron la decisión estratégica de generar dudas sobre la evidencia del cambio climático. Para ello, invirtieron millones de dólares en centros de pensamiento, científicos y universidades, para que negaran el impacto humano sobre el clima. Por ejemplo, Exxon ha donado mas de 36 millones de dólares a instituciones como el American Legislative Exchange Council y ha financiado a miembros del Congreso de los Estados Unidos que aún hoy niegan el cambio climático. 

Esta estrategia ha tenido especial éxito en los Estados Unidos, donde una encuesta de la empresa Gallup de marzo de 2017 muestra que el 32% de los estadounidenses aún no cree que el cambio climático sea causado por el hombre. Pero lo que es más preocupante es que el actual presidente de los Estados Unidos ha negado la existencia del cambio climático en varias ocasiones y ha nombrado como director de la Agencia de Protección Ambiental a Scott Pruitt (quien también ha negado durante muchos años el consenso alrededor del cambio climático) y al ex-CEO de Exxon, Rex Tillerson, como Secretario de Estado.

De la misma manera, Donald Trump ha puesto en varias oficinas del gobierno a negacionistas del cambio climático, ha prometido reducir los estándares de gases de invernadero para plantas de energía y vehículos, y ha dicho en reiteradas ocasiones que retirará a los Estados Unidos de los acuerdos de Paris para reducir las emisiones. 

Pero Trump no solo está atacando a la ciencia del cambio climático. El presupuesto presentado por el nuevo presidente trae drásticos recortes en áreas de investigación tales como los métodos de cultivo sostenible, la predicción del clima, el manejo de agentes contaminantes y el desarrollo de tecnologías de energías renovables.

Por todo esto, Trump encarna un doble rol: el de agente activo de desinformación y el de recipiente de décadas de incertidumbres generadas por industrias con intereses particulares. Como agente, Trump utiliza las mismas estrategias de las tabacaleras, creando incertidumbre y generando falsas equivalencias como estrategia política. Como receptor, no confía en la evidencia empírica ni el consenso científico. Esta tormenta perfecta en la Casa Blanca es una de las razones por las que los científicos convocaron la impresionante Marcha por la Ciencia de la semana pasada. 

Manifestantes por la Ciencia pasan frente a la Torre Trump en Nueva York el pasado día 22 de Abril. Fuente: Pixabay

Científicos a Marchar

Después de ver el resultado de la Marcha de la Mujer a comienzos de año, científicos en Estados Unidos decidieron convocar las Marchas por la Ciencia. Más de cien prestigiosas organizaciones científicas de ese país se sumaron a la invitación, mientras activistas alrededor del planeta organizaron sus propias marchas en apoyo a sus colegas estadounidenses.

El resultado fueron más de medio millón de personas que salieron a marchar en más de 600 ciudades alrededor del mundo, para expresar su amor por la ciencia, manifestar su apoyo al uso de la evidencia empírica para hacer políticas públicas y rechazar los ataques a la practica científica de parte de administraciones como la de Donald Trump. En ciudades como Madrid y Barcelona, al igual que en varios lugares de Latinoamérica y el Caribe, también se dieron pequeñas pero valiosas manifestaciones de apoyo. 

Algunos científicos rechazaron las marchas, argumentando que éstas violaban el carácter apolítico que, según ellos, la ciencia debe mostrar. Pero la verdad es que, desde siempre, la ciencia toma partido por un lado sobre otro. Cuando la industria del tabaco utilizó sus estrategias para generar dudas y dividir a la opinión pública sobre un tema en el cual toda la evidencia apuntaba hacia el mismo lado, los científicos debieron haber tomado partido por la objetividad, la lógica y la racionalidad. Hoy, con un consenso científico amplio de que los seres humanos estamos causando un cambio dramático al clima de nuestro planeta, las mentiras  y medias verdades de industrias y personas con poder deben ser contestadas por los científicos.

¡Basta ya! Hay que continuar marchando.

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Escrito por: Daniel Silva

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