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¿Cuál es tu precio?

Apuesto a que estás a punto de contestar que tú no tienes precio, que tus valores son firmes y no hay nada en el mundo que pueda hacer que los traiciones. Está claro, yo contestaría los mismo. Pero, ¿qué pasaría si nadie escuchara nuestra respuesta? ¿I si simplemente pensáramos sobre ello un rato en silencio, con esa brutal honestidad que nos permite reconocer nuestras más íntimas contradicciones?

Complicado…

En el caso de la ciencia, la respuesta parece mucho más sencilla. Es fácil creer que el conocimiento científico reside en un lugar privilegiado, alejado de las flaquezas y tentaciones mundanas. Al fin y al cabo, si los investigadores buscan la verdad usando el infalible método científico, no debería haber lugar para subjetividades ni problemas morales. Sin embargo, la realidad se revela de nuevo mucho más compleja. O, al menos, esto es lo que parece demostrar una investigación que la ONG Greenpeace sacó a la luz hace unos meses.

En Septiembre del pasado año, reporteros de Greenpeace visitaron algunas de las más importantes universidades de los EEUU haciéndose pasar por asesores de importantes empresas petroleras y de gas1. Durante dichas visitas, los falsos asesores ofrecieron a prestigiosos investigadores una recompensa económica a cambio de que escribieran artículos científicos que constataran los beneficios del CO2 y el uso de carbón en países en vías de desarrollo. Sorprendentemente (o no), dos de ellos aceptaron.

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“El proyecto que me describen está dentro de mis posibilidades y estimo un coste de unos 15.000 dólares”, escribió Frank Clemente en uno de los muchos correos electrónicos revelados por Greenpeace2. Clemente, prominente sociólogo de la Universidad Estatal de Pensilvania recientemente retirado, añade que si sólo escribiera un artículo de opinión en un periódico el precio pasaría a ser de unos 6.000 dólares. Por su lado, el profesor William Happer, físico de la Universidad de Princeton y reconocido escéptico del cambio climático (imagen de la derecha), aseguró en uno de sus correos electrónicos: “Mi precio por este tipo de trabajo es de 250 dólares la hora”3.

Cuando se les preguntó sobre los posibles problemas prácticos de una colaboración de este tipo, los dos académicos aseguraron a los falsos asesores que conocían maneras de ocultar el origen de la investigación y los pagos. “No hay obligación de declarar el origen de la financiación en los EEUU”, escribió Clemente. Además, ambos admitieron que el contenido propuesto para los artículos muy probablemente no superaría los sistema de revisión de la mayoría de las publicaciones científicas, por lo que deberían elegir a los revisores ellos mismos “a dedo”.

Esta operación encubierta de Greenpeace muestra claramente lo fácil que es para las grandes corporaciones conseguir que académicos promuevan sus intereses comerciales. “Nuestra investigación revela que profesores de prestigiosas universidades pueden ser financiados por compañías de combustibles fósiles extranjeras para que escriban artículos que siembren dudas sobre el cambio climático, y que esta financiación puede ser mantenida en secreto”, explicó a la prensa John Salven, director de la ONG en el Reino Unido.

Y la triste realidad es que, por muy sorprendente que pueda parecer, esto no es algo para nada nuevo. En realidad este tipo de prácticas enfocadas a oscurecer hechos científicos han sido usadas desde hace décadas por otras industrias con muy buenos resultados.

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Anuncios de Chesterfield y Camel en los años 50 muestran el uso de la ciencia por las tabacaleras. 

“La duda es nuestro producto”

En 1979, un documento secreto escrito una década antes por la tabacalera Brown & Williamson fue revelado al público. Bajo el nombre de “The Smoking and Death Proposal” (algo así como “La Propuesta del Fumar y la Salud”), el texto explicaba muchas de las tácticas empleadas por las grandes compañías tabacaleras para contrarrestar las críticas al tabaco. En una de sus secciones más reveladoras, se indica que: “La duda es nuestro producto, pues es la mejor manera de combatir al conjunto de hechos que existe en la mente del público en general. Es además la manera de crear controversia.”4

La estrategia les funcionó muy bien. Alrededor del 1950 ya empezaban a haber evidencias científicas que relacionaban el tabaco con multitud de problemas de salud. Ante el miedo a sanciones y leyes que afectaran al negocio, la reacción de la industria fue inmediata: presionar al poder político y pagar investigaciones para que pusieran en duda los resultados que no les interesaran. Así fue como lograron retrasar más de 20 años una regulación que les perjudicara. Un montón de años que les generaron incontables beneficios económicos a costa de la salud de millones de personas.

Evidentemente, el precedente estaba sentado y muchas empresas han usado las mismas tácticas desde entonces. Hoy en día muchas industrias que fabrican y comercializan productos potencialmente peligrosos, así como las grandes compañías petroleras y farmacéuticas, se han vuelto expertas en montar campañas que cuestionen estudios científicos, ya sea desacreditando sus resultados o interviniendo directamente en el proceso de investigación.

Y aquí es donde investigaciones como la llevada a cabo por Greenpeace entran en juego. Revelar estas tácticas y explicar sus importantes consecuencias me parece que es, hoy más que nunca, una importantísima tarea para evitar la propagación deliberada de desinformación en la sociedad.

Yo me dedico a la investigación y, por supuesto, no tengo dudas de que la ciencia aporta beneficios incalculables para todos. Sin embargo, también soy muy consciente de que no es perfecta. La llevamos a cabo humanos, con nuestros prejuicios, ideologías y problemas personales. No basta con que algo esté escrito en un artículo para que sea verdadero. Por desgracia, a veces es mucho más complejo. Y lo peor es que no hay recetas. Es igual de absurdo asegurar que todos los pesticidas provocan cancer como que todos son 100% seguros.

Entonces… ¿qué nos queda? Pues, como siempre, el sentido crítico. Debemos informarnos sin prisas (algo que no está muy de moda en estos tiempos) y contrastar todo lo que nos llega. Ah, y algo fundamental: no olvidar que siempre que haya grandes intereses económicos en juego nos toca ser doblemente escépticos. Tenemos ya muchas pruebas de los que son capaces… 🙂

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FUENTES CITADAS:

1. Comunicado de prensa de Greenpeace del 8 de Diciembre del 2015. Seguir enlace.

2. Correos electrónicos entre William Happer y Greenpeace. Seguir enlace.

3. Correos electrónicos entre Frank Clemente y Greenpeace. Seguir enlace.

4. LIBRO: Doubt is Their Product: How Industry’s Assault on Science Threatens Your Health (David Michaels, 2008).

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